Las aventuras de Trimán
Trimán era una persona distinta a los demás. Cuando
nació, los médicos se quedaron sorprendidos. Tenía tres cabezas y seis brazos.
Durante toda su infancia, Trimán no pudo salir a la calle con libertad porque
le insultaban, le tiraban piedras y se burlaban de él.
Con el
paso de los años fue creciendo desproporcionadamente, hasta alcanzar un tamaño
sobrehumano y, un día como otro cualquiera, se cansó de ser el centro de todos
los dardos. Invadido por la furia y la tristeza, comenzó a destrozar
escaparates, a arrancar papeleras, tumbar árboles y levantar coches como un
gigante deformado. Dicen los testigos que, mientras destruía la ciudad, se les
escapaban las lágrimas. Ni el ejército pudo con él. Tuvieron que tenderle una
emboscada. La policía contrató a una bella joven que le sedujo e inyectó un
potente somnífero.
Lo
transportaron a la abandonada cárcel de Alcatraz, situada en la bahía de San
Francisco. Allí, abatido por la soledad, al cabo del tiempo comprendió que si
la ira destruye, la única forma de reparar el daño era prestando su ayuda a los
demás. ¿No sería maravilloso contribuir a crear un futuro más justo y libre
para todo el mundo?
Entonces
Trimán llegó a un acuerdo con el ejército de los EE.UU., y se convirtió en el
más valioso agente para combatir a las fuerzas del mal. Se disfrazaba
camuflando sus malformaciones y, de esta forma, arrestó a ladrones, salvó
vidas, ayudó a los niños necesitados y hasta desarmó un misil nuclear que iba
por el cielo. Un día, un periodista intrépido descubrió su secreto. A partir de
ese momento tanto la prensa como la televisión se hicieron eco de sus
innumerables hazañas. Todo el mundo quería a Trimán. Su imagen aparecía en los
envases de leche, en las estaciones de bus y hasta se fabricaron peluches y
muñecos llamados con su nombre.
La
última misión no era la más complicada. Sin embargo, su desenlace fue fatal.
Una familia denunció el secuestro de su hijo. Apenas lograron reunir el dinero
para su rescate. Trimán solo tenía que actuar de intermediario, pero cuando se
encontraba cara a cara con el malhechor, reconoció a su viejo enemigo Trevor,
el vecino que durante su niñez le tiraba piedras. Un dolor agudo le atravesó el
pecho de lado a lado. Entonces, sujetando con un brazo el maletín de dinero y
liberando con otro al pobre niño, utilizó uno de los que le sobraban para
quitarse la máscara.
-¿Te
acuerdas de mí, Trevor?-dijo Trimán.
A
Trevor empezaron a temblarles las piernas, a chirriar los dientes y, con su
mano nerviosa, sacó el arma y disparó cerrando los ojos en el corazón de
Trimán. Malherido, nuestro héroe cogió en brazos al chico y, protegiéndole con
su enorme espalda de los tiros que seguía dando Trevor, lo condujo a un lugar
seguro, sano y salvo. Cuando llegó la ambulancia, Trimán había dejado de
respirar.
La
conmoción de la ciudad fue tremenda. Todos sus habitantes acudieron al funeral.
El alcalde cambió el nombre de la avenida principal por el de “SAN TRIMÁN“. Y
si algún día llegas por el mar a la bahía de San Francisco, justo debajo del
enorme puente rojo llamado Golden Gate, podrás admirar la hermosa estatua de
tres cabezas y seis brazos que reluce como el oro cuando, al caer la tarde, le
dan los últimos rayos de sol.
(Cuento
elaborado por los alumnos del grupo flexible de Lengua de 2º A-B a partir de
una idea original de José María Carrizosa.)
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