lunes, 2 de mayo de 2022

 GANADORES DEL CONCURSO DE RELATO BREVE "VOLVERTE A EMOCIONAR"

-PRIMER PREMIO DE LA ESO: David Jesús López Rubio con su relato "Arte inesperado"


-SEGUNDO PREMIO DE LA ESO: Francisco José Casado Ruiz con su relato "Olas que se despiden"

- PRIMER PREMIO DE BACHILLERATO: Mª Ángeles Prieto Vergara con su relato "El amor no entiende de belleza"

-SEGUNDO PREMIO DE BACHILLERATO: María Rincón Rendón con su relato 


Arte inesperado

Verano de 1925. Mis padres, mi hermano Salvador y yo, pasamos la época de vacaciones en nuestra bella y reconfortante casa de verano familiar, ubicada en la tranquila Costa Brava. Al llegar a ella en coche nos recibía en la entrada una puerta de madera, en ella se podían apreciar figuras talladas a mano.

Al bajarnos del coche, mi madre abrió con decisión la puerta para entrar en la casa y repartirnos las tareas. Al entrar nosotros. Exclamó con firmeza: “Salvador, tienes que deshacer el equipaje, yo lavaré los platos y tú, Ana María, te tocará cambiar las sábanas de las habitaciones.

Al terminar todos, me dispuse como descanso merecido a sentarme en la silla del salón que era vieja, pero poseía una peculiar y gratificante apariencia de alegría y ligereza que me atraía inevitablemente. Me senté en ella a leer mi libro favorito de Fernán Caballero, mientras tomaba una cálida manzanilla.

Al pasar una hora, Salvador me llamó alterado, y subí con rapidez las escaleras ancianas de la casa. Al llegar a la habitación… Encontré sus bocetos esparcidos por el suelo de madera, me dijo entre llantos que no tenía ninguna obra para exponer en la galería de New York y la exposición era dentro de cinco días. Me acerqué a él para consolarlo, pero en el trayecto me llamó la atención una pequeña ventana de cortinas azules.

Me acerqué a la ventana al poseerme una emoción bonita y auténtica por el paisaje que contemplaban mis ojos. Al posar mis brazos en la madera… escuché pasos detrás de mí, pero seguí inmersa en aquel hermoso paisaje.

Con la mirada un poco inclinada hacia abajo pude observar a las pequeñas olas romper unas con otras y con un suave movimiento ondulado. El Mar poseía un leve tono azulado, aunque lejano de ser cristalino transmitía una serenidad y armonía inmensas, otorgándome la sensación de estar fundiéndose con mi vestido del mismo color pero más blanquecino. Al elevar la mirada aprecié a lo lejos un pequeño velero blanco, detrás de él se encontraba un extenso y frondoso bosque verdoso en el que los pájaros alzaban al cielo su bello canto de la mañana.

Encima de mí un cielo de un es blancas y luz clara que provocaba en mí una paz interior abismal. Este paisaje causó felicidad a par que me dibujó una enorme sonrisa de mejilla a mejilla. Después de transcurrir dos horas, me giré y vi a Salvador que en la mano izquierda agarraba con solidez la paleta de colores y en su mano derecha el pincel pintando sobre el lienzo. Esperé cautivada por el entusiasmo e ilusión impregnados en su rostro.

Al cabo de un rato exclamó: “¡Terminé, por fin lo he conseguido!” Me volví a acercar para analizar su obra y descubrí que ¡Me había estado pintando junto al paisaje! Salvador había recobrado la alegría y ya tenía una gran obra para exponer en la galería de New York. Decidió titular el cuadro como: “La muchacha mirando por la ventana”.

Fue el mejor regalo que me pudo hacer mi hermano. Siempre estaré orgullosa de mi querido  hermano. Salvador Dalí.

David Jesús López Rubio



Olas que se despiden

  Son olas las que se despiden de ella, dejando atrás una corriente fría de recuerdos escondida entre cortinas, sueños que nunca se cumplieron, ilusiones tan volátiles como el levante de la mar, tonta de ella que coqueteaba con sus rizos, tal como en una lejana juventud, alguna vez una niña jugó con un pequeño velero; de lema tenía la aventura, de bandera una frontera azul infinito y de himno la libertad.

 Revive en su memoria la bienvenida del olor de una salada mañana de primavera, cuando se escapaba de su hogar en busca de un corazón que llenar de latidos, caricias que otorgar,

caricias que recibir, golpes que aguantar, luchas por definir y un mundo que conquistar. El cuerpo de esta anciana se lo llevará la escurridiza marea que arrastra sin discriminar a nadie, conocida por el pseudónimo de tiempo. En el pasar de las olas, su alma valiente permanece cabalgando sobre ellas y sobre el destino, sin entender de tiempo ni de espacio, solo de una voluntad suficiente para seguir contemplando el puerto dónde creció, una vez más.

 Después de gastar hasta la última gota de juventud que le quedaba, ya no le es necesario viajar, ni por tren, ni por coche, ni por avión, incluso ni por un cohete espacial, puede visitar cualquier lugar que un humano haya pisado, con tan solo reclinar su cuerpo sobre un poyete y abrir la ventana que lleva a todos los lugares del mundo conocido y del mundo por conocer

 La ventana le relata apasionadas historias de romances que acaban con un chapuzón en el mar y una postal de despedida con una fotografía de la costa. Historias de navegantes que dejan que el timón se mueva por acción de la marea y que el caprichoso destino los lleve a trepidantes aventuras dignas de los libros de piratas. Pero sin duda las mejores historias son las que nacen de la peor de las ideas, hasta que luego, se convierten en las mejores anécdotas que contar.

 Esta mujer realmente no existe, es una representación metafórica de las emociones que se quedaron archivadas en un precioso recuerdo, que algún día podrás revivir solo con sentarte, abrir una ventana y mirar a tu propio mar.

                                                                Francisco José Casado Ruiz   


                                                      EL AMOR NO ENTIENDE DE BELLEZA

 Cuentan que en una Hacienda de viñedos vivía una familia reconocida y adinerada. Los hijos de los dueños trabajaban allí, excepto el primogénito que estaba estudiando fuera. Su hermana que contactaba mucho con él a través de cartas, le contó que había hecho una muy buena amistad con una nueva trabajadora que había llegado al viñedo. Le habló tanto y tan bien de ella que despertó su curiosidad y quiso contactar con ella también por cartas. 

Lo que empezó por una curiosidad se convirtió en una ilusión y comenzó un enamoramiento que fue creciendo cuanto más se escribían. Después de bastantes cartas, llegó el momento de verse en persona por motivos de la vuelta de él al viñedo por las fiestas del pueblo. Entonces empezó a surgirles dudas a los dos de que al verse en persona las expectativas tan grandes que se habían creado se vinieran abajo porque el aspecto no fuera el esperado. Esas dudas les hizo temer al día de verse en persona y ese miedo iba creciendo conforme se acercaba dicho día. Ella pensaba que no sería lo suficientemente guapa para él y él pensaba lo mismo sobre ella. Entonces decidieron que el primer beso se lo darían con las caras tapadas y si con ese primer beso sentían la misma emoción que con las cartas ya nada podría hacerles cambiar de opinión, aunque el aspecto no fuese el esperado. Por fin llegó ese día y los dos acudieron a la cita con la cabeza tapada con un velo. El beso fue tan intenso y apasionado que, una vez quitados los velos, seguían con los ojos cerrados porque ya no les importaba lo que vieran.


                                                          Mª Ángeles Prieto Vergara